NO ES BUENO QUE ESTEMOS SOLOS, NECESITAMOS DE OTROS. BUSQUÉMONOS. Una reflexión sobre la importancia de la rendición de cuentas, la consejería, la comunión de los santos

(Photo by Andrew Snyder)

 

Por Ps. Jose Ricardo Escobar

La vida cristiana bíblicamente está direccionada por la Palabra de Dios. Por eso afirmamos contundentemente que Las Escrituras, la Sola Escritura, son nuestra norma de fe y de práctica; es decir, la Sola Escritura es la máxima autoridad (Is. 8:19.20; Mt. 4:4; 2 Ti. 3:15-17; y otros) que nos rige como creyentes porque es Dios mismo hablando y mostrando su voluntad y propósito para cada uno de nosotros. Y si estamos de acuerdo en esto, entonces lo que Dios dice es lo que espera que hagamos, porque la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta (Rom.12:2).

Dicho esto, en Génesis 2:18 Dios dice que “no es bueno que el hombre esté solo (…) Voy a hacer una ayuda adecuada”, poniendo sobre la Creación al hombre en posición de comunidad y no de individualidad. Adán fue creado primero, pero estaba solo. Pero como bien lo dice, Dios considero que su condición de hombre solo no era buena, y le dio a Eva. Es la semilla de la comunidad, es la expresión humana de la comunión, es casi un reflejo de la comunión trinitaria (Padre-Hijo-Espíritu Santo) que nos modela la comunión perfecta, tanto que en Génesis 1:26 dice Dios apelando a esta trinidad: “hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza”; en otras palabras, hagámoslo reflejo de esta comunión. Pero aún así, el ser humano insiste en su individualidad, en estar aislado, y en camuflarse en sí mismo.

Tal tendencia al individualismo y al ensimismamiento es resultante del pecado que reside en cada uno de nosotros, y que en muchos casos no es reconocido y por tanto no es confesado. O al menos, es reconocido, pero no se confiesa y a lo sumo nos quedamos con el remordimiento, por lo tanto, no hay arrepentimiento tampoco. Es por eso que no podemos estar solos. Es por eso que Dios, nuestro Sabio Padre Celestial, sabe que no es bueno que el hombre esté solo, porque cuando estamos solos nos decimos mentiras, creemos que manipulamos a Dios o nos le escondemos (Jonás lo intentó y ya sabemos la historia), y eso acrecienta en nosotros el peso de nuestras cargas, nos lleva a experimentar culpa, condenación, ansiedad, o incluso, una falsa idea de que todo está “bajo control”.

¡Necesitamos ser cambiados! ¡Renuévanos, Señor!
Todo lo anterior apunta al valor que la comunidad tiene para Dios, a las implicaciones comunitarias de la Salvación, a la perspectiva e implicaciones comunitarias de la Santificación. Una vez salvos por Gracia, por Fe y por Cristo quien nos Justifica, iniciamos un proceso que se llama Santificación, y este en palabras de Paul Tripp se resume como “un proceso de cambio que se lleva a cabo durante toda la vida”. Es la renovación que nuestra vida necesita, es lo que cada día ocurre que nos permite vivir apartados para Dios, y aun estando en el mundo, ser luz y sal con el Evangelio. Es lo que hace que cada día podamos ser restaurados, sanados, transformados. Pero… solos no lo vamos a lograr. Porque no es bueno que el hombre esté solo.

La Santificación tiene implicaciones comunitarias; bien lo dice la sabiduría de Proverbios en 27:17: “El hierro se afila con el hierro, y el hombre en el trato con el hombre”. Además, Jesús resume toda la Ley en un Gran Mandamiento (Mt. 22:37-40) que enmarca todo:

37 —“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente” —le respondió Jesús—. 38 Este es el primero y el más importante de los mandamientos. 39 El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. 40 De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.

Y Pablo, conocedor y entendedor de la Palabra, nos muestra cómo es necesario que, además de que “el hombre no esté solo”, también se ayude, especialmente los de la familia de la fe, y lo dice en una de sus cartas donde mejor explica el Evangelio, en Gálatas (6:9-10):

9 No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos. 10 Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe.

Ahora bien, si esto dice la Palabra, si esta es para nosotros la máxima autoridad de fe y de práctica, ¿por qué insistimos en estar solos? ¿por qué insistimos en “resolver” solos, por nuestra cuenta y a veces con una falsa suficiencia de fe y moralidad cristiana? ¿por qué no buscamos ayuda? La respuesta rápida es el pecado -orgullo, autosuficiencia, soberbia, altivez moral y religiosa, etc…-, pero una de otras respuestas puede ser: porque no lo hemos comprendido, porque no nos lo han enseñado, porque lo que nos enseñaron no es como nos dijeron, porque no conocemos lo que Dios dice al respecto.

Necesitamos ser renovados de estas ideas, necesitamos que nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad sean renovadas. Necesitamos que nuestra vida sea renovada, sanada, restaurada, de esto y más. Pero solos no podremos. Necesitamos de la ayuda del Espíritu Santo y de la comunión con otros para poder crecer en santidad, para ser santificados y renovados.

Necesitamos de otros, necesitamos buscarnos
Estos “otros” no son cualquiera. Hay que tener sabiduría, hay que tener cuidado. Aunque de la boca salga la palabra “Cristo”, no todos realmente son cristianos, no todos realmente son de Cristo. Por eso necesitamos conocer las Escrituras y conocer a nuestros hermanos en la fe, porque es entre los hermanos en la fe -los que de verdad son de Cristo- donde están aquellos en quienes podemos descansar en una comunión fraterna, cercana, íntima y que es un lugar seguro. Este es el lugar seguro para la mutua rendición de cuentas, para la consejería, para fortalecernos en el caminar juntos.

No es “el que más sepa”, sino el de mejor testimonio aún de lo poco que sabe. Porque el fruto, dice Jesús, es lo que muestra el carácter del verdadero creyente, o mejor dicho, del discípulo:

34 »Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. 35 De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros». (Jn 13:34-35)

De esta manera, necesitamos buscarnos, necesitamos de otros. Necesitamos confesarnos nuestros pecados (St. 5:16), necesitamos motivarnos unos a otros, estimularnos al amor y las buenas obras, animarnos, reunirnos, preocuparnos unos por otros (Hb. 10:24-25), porque es lo que Dios dice que hagamos, porque es lo que Dios sabe que nos conviene, porque es lo que nos ayudará a ser renovados y a prepararnos para cuando Cristo venga (Hb. 10:25)

De lo anterior, en la comunidad de fe es urgente que:

– cada creyente entienda el valor de estar en comunión con otros, incluso y especialmente con los nuevos,
– entienda el valor y la necesidad de la rendición de cuentas,
– busque y aprenda a dar consejería,
– cultive relaciones de Reino con otros para hacer discípulos que aprendan a hacer discípulos,
– seamos humildes para hacer esto que Dios dice que hagamos (Mt. 28:19-20).

Es valioso y poderoso cuando abrimos nuestros corazones a otros en quienes podemos confiar, no porque son “buenas personas” nada más, sino porque dan testimonio de una vida de fe -no precisamente porque sepan mucho de la Biblia y otros temas-. Es poderoso y transformador cuando abrimos nuestro corazón y rendimos cuenta a otros porque somos edificados. Es sanador y renovador cuando nos abrimos a ser aconsejados bíblicamente porque volvemos a caminar para la Honra a Dios y a disfrutar de Él, entregando nuestras cargas, problemas y realidades a Cristo en quien podemos descansar.

Esta es la invitación de Dios. Esta es la manera en que la vida cristiana se vive: en comunidad y no solos. La vida en comunidad no se resume a la comida y al entretenimiento; lo anterior es importante para tender puentes relacionales para construir confianza que nos permita rendirnos cuenta, ser aconsejados y ayudarnos unos a otros.

Somos desafiados a romper con el pecado del individualismo. Nuestra personalidad es real, pero no puede ser excusa para decirle a Dios: “no es como tu quieres, es como yo diga”. Parafraseando al apóstol Pablo, no dejemos que nuestra mente sea contaminada por las cosas de este mundo, y más bien dejemos que sea transformada por Dios y así podremos ver, experimentar, gozar, disfrutar, la belleza de la Gracia y la Misericordia de Dios en Su Voluntad que es buena, agradable y perfecta.

No es bueno que estemos solos. Busquémonos, en el Nombre de Jesús.