(Tomado de © 2016 porfineslunes “Iglesia en el trabajo”. Usado con permiso.)
En general, el trabajo es importante para Dios por al menos tres razones:
– Nuestro trabajo se asemeja al de Dios cuando seguimos su ejemplo en la historia de la creación, en la cual él trabaja para dar lugar a un entorno en el que las personas puedan prosperar ‒proveyendo para ellas, sirviendo a la humanidad, trayendo orden, creando belleza. Por ejemplo, vemos algo de eso en el camionero que forma parte de la larga cadena de personas que lleva los alimentos a nuestra mesa; el agente de policía que trae el orden a nuestras calles; y el maestro que hace que nuestros estudiantes crezcan en su entendimiento.
– Somos importantes para Dios: el trabajo que llevamos a cabo es parte de nuestra vida vivida en relación con él, y es lo que él nos ha dado para hacer (una oportunidad de emplear nuestros dones para su gloria). Por ejemplo, el director de un proyecto utiliza las capacidades que Dios le ha dado para completar el trabajo a tiempo y dentro del presupuesto, y lo hace como una parte de su ofrenda diaria de adoración a Dios.
– El trabajo es estratégico: es un contexto fundamental en el que puede tener lugar el plan de Dios de reconciliar todas las cosas con él mismo a través de la obra de la cruz. El evangelio es buenas nuevas para nuestro trabajo en sí mismo, aquellos con los que trabajamos y los sistemas y estructuras en los que lo hacemos. Por ejemplo, el agente inmobiliario que ayuda a las personas a encontrar un hogar, no solo a comprar una casa; el vendedor que construye relaciones honestas y transparentes con sus clientes; el director que defiende valores piadosos dentro de su equipo; y el chico de la caja en el supermercado que es capaz de compartir el mensaje de esperanza con su compañero de la siguiente. Todo esto ocurre porque vemos el trabajo como parte de nuestra adoración, servir a Cristo en todo lo que hacemos (Colosenses 3:23).
Podemos adorar a Dios cuando nos reunimos los domingos como iglesia o en pequeños grupos en casas, y cuando nos encontramos diseminados entre los demás en nuestro lugar de trabajo durante el resto de la semana. La adoración es tanto un acto comunitario de devoción como un acto diario de servicio al ofrecernos a Dios como un “sacrificio vivo” (Romanos 12:1).
Cuando vamos a trabajar, lo hacemos como hijos de nuestro Padre celestial. Lo representamos como embajadores y podemos confiar en su provisión para nosotros cuando buscamos honrarle en todas nuestras tareas. Dios también puede utilizar nuestro trabajo para discipularnos y formarnos a través de los retos cotidianos afrontados fielmente con él.
El trabajo es, asimismo, un gran contexto para participar en la misión de Dios. Existen muchas relaciones “estrechas”: podemos bendecir y ministrar de muchas maneras a las personas con las que trabajamos. Y se dan muchas oportunidades de demostrar los beneficios de trabajar en las formas que Dios quiere, por ejemplo poniendo en práctica los valores piadosos en las decisiones que tomamos, “amando a nuestro prójimo” en el contexto del lugar de trabajo, o ayudando a otros a crecer a través de los productos y servicios que ofrecemos.
Así pues, una visión íntegra de “vida plena” hace de esta una oportunidad para los cristianos de amar y servir a Dios y a los demás, y nuestro trabajo es una parte importante de ella.