Por Jesús Rosales
(Tomado de Enfoque a la Familia)
De acuerdo con mi experiencia, cinco de cada diez parejas que acuden a consejería lo hacen porque uno de los dos incurrió en infidelidad. Hace poco más de dos décadas, la consulta por infidelidad ubicaba a los hombres como los principales infieles, en una proporción de tres a uno respecto a las mujeres; pero, en la actualidad, la proporción prácticamente se ha equiparado.
Quizás por esta razón, importantes especialistas, como la experta francesa en consejería conyugal, Benédicte de Dinechin, dedican mucho de su trabajo profesional a advertir sobre los riesgos que existen en la actualidad y que pueden abrir más fácilmente camino a la infidelidad conyugal. En efecto, la Dra. Dinechin señala algunos riesgos:
- Comer a solas con amigos del sexo opuesto.
- Confiar problemas de su pareja a personas del sexo opuesto.
- Buscar a ex-parejas en las redes sociales para restablecer contacto.
- Disminuir la cercanía y la afectividad íntima con la pareja, llevando la relación a situaciones de rutina y costumbre.
- Mantener en silencio los sentimientos de soledad y aburrimiento que se padecen.
- Envidiar las parejas de sus amistades.
- Empezar a asistir por separado a actividades y eventos donde anteriormente solían asistir como pareja.
- Iniciar o responder a miradas, gestos y palabras de adulación y coqueteo de parte de amigos o colegas del sexo opuesto, entre muchas otras más.
Las grandes grietas comienzan con pequeñas fisuras, y las parejas deben estar atentas a las señales de riesgo que ocurren antes de cualquier adulterio o infidelidad. Pero la infidelidad no es un problema moderno, ha ocurrido a lo largo de la vida, tanto de parte del esposo como de la esposa. En los diversos contextos socio-históricos, en la política, el arte y la literatura se tiene registro de casos memorables de infidelidad y de sus severas consecuencias.
En el siglo XIX, dos novelas inmortales de la literatura universal se publicaron describiendo el drama de dos mujeres infieles: Madame Bovary de Gustave Flaubert, en 1856 y Anna Karenina de León Tostoi, en 1877. Aunque las infidelidades de estas dos mujeres fueron movidas por circunstancias diferentes, son un claro ejemplo de las consecuencias complejas y dañinas que provocan las infidelidades. Sin embargo, aún cuando el peso socio-cultural que ha prevalecido durante siglos en Occidente ha sido relativamente más “indulgente” con las infidelidades masculinas, lo cierto es que sus efectos en la vida conyugal y en la salud familiar siempre han sido altamente devastadores, independientemente si la falta haya sido cometida por el esposo o la esposa.
Toda relación conyugal, para que sea sólida y saludable, debe estar fundamentada en un principio de transparencia, de sinceridad, de verdad, de ausencia de engaño y de mentira. Sobre esta base se colocan los pilares de la relación, es decir, un ejercicio responsable de la libertad y el compromiso de amar, respetar, cuidar y de fidelidad a la pareja. Esta edificación es la que posibilita la confianza y la seguridad del uno y del otro; pero si alguno de los fundamentos o pilares falla, el edificio colapsa y se desploma.
Por eso es que cuando ocurre la infidelidad, la desilusión se precipita y la falta de confianza invade la relación. Porque en los votos matrimoniales, los cónyuges se prometen “ser fieles todos los días de la vida…”, y cuando el adulterio aparece es como quitar súbitamente el piso sobre el cual está afirmada la relación. En consecuencia, restaurar ese vínculo no es tarea sencilla, y, en muchos casos, la persona afectada decide no continuar con la relación.
No obstante, hay parejas que desean, a pesar del dolor, la afectación y las lesiones producidas por la infidelidad, perdonar, restaurar y procurar salir adelante. Aunque para ello no existe una “receta” que pueda ser válida y aplicable para todos los casos, la pareja puede intentar someterse a un proceso para superar las consecuencias desfavorables derivadas de la lamentable experiencia de infidelidad.
Como es obvio, las secuelas producidas por la infidelidad de uno de los cónyuges provocan en su pareja mucho dolor, enojo, desilusión, temor, duda, inseguridad y desconfianza. Revertir estos sentimientos tomará tiempo, dedicación, esfuerzo, convicción, paciencia y tolerancia. Habrá preguntas sin respuestas satisfactorias, cuestionamientos sobre el amor, el interés y los motivos de la infidelidad, se precipitarán cambios emocionales, pensamientos y sentimientos involuntarios… Pero si la pareja desea superar esta fase ingrata, y encaminarse hacia la restauración matrimonial, debe perseverar cada uno en lo que le corresponde hacer en el proceso. Por lo tanto, sí hay esperanza después de una infidelidad.
De parte del cónyuge que fue infiel:
- Debe tener conciencia plena de la falta que cometió.
- Identificar -no justificar- la secuencia de circunstancias propias y ajenas que lo condujeron a la infidelidad.
- Tener conciencia de la dimensión de la afectación que su comportamiento le causó a su pareja y al vínculo conyugal.
- Experimentar -y expresárselo a su pareja- arrepentimiento genuino por su infidelidad y por el daño causado a la relación. Por supuesto que se trata de arrepentimiento verdadero, y no de una pose con el propósito de obtener el beneficio de su pareja. El arrepentimiento auténtico posibilita un paulatino retorno a la transparencia. Si no fuera así, sería continuar transitando por el engaño, con sus nefastas consecuencias.
- Mostrar voluntad para enmendar los daños causados por su error, trabajar por restaurar el vínculo y hacer todo lo que esté a su alcance para recuperar la confianza de su pareja.
- Es fundamental que tenga paciencia y que dé señales en todo momento de ser transparente y sincero.
De parte del cónyuge que fue afectado por la infidelidad, si desea continuar adelante con su relación matrimonial:
- En primer lugar, debe decidir perdonar. Este primer paso se trata de una decisión, no de un sentimiento. Por supuesto que no significa pretender olvidar lo ocurrido, sino perdonar, liberarse del dolor, soltar los recuerdos, el enojo, el resentimiento, el daño que le mantiene atado o atada a la lamentable experiencia vivida.
- Después de decidir perdonar, debe decidir sanar. La infidelidad produce hondas heridas que tardarán en cicatrizar, tomará tiempo, pero para ello será necesario no maltratar esas heridas con recuerdos de dolor y pensamientos de duda, temor e inseguridad. Por un tiempo el dolor se mantendrá, pero la decisión de sanar activará el proceso de sanidad.
- Finalmente, debe decidir confiar. No será nada fácil, porque luego de un adulterio, la confianza desaparece y se sobreviene un impulso por controlar, supervisar y vigilar. Así, la recuperación de la confianza solo dependerá de la voluntad de la persona afectada para confiar y de la persona que afectó por recuperar la confianza de su cónyuge. Ambos deberán trabajar unidos por la recuperación de esa confianza.
Observando las dramáticas consecuencias que se derivan de las infidelidades a nivel conyugal y familiar, resultará siempre mejor prevenir que curar. Las parejas deben tener especial cuidado de no someter sus convivencias a estados de vulnerabilidad, sensación de soledad, alejamiento y rutina. El peso cultural, la búsqueda de satisfacciones efímeras y engañosas, el deseo de novedad y aventura, pueden hacer que las parejas cometan gravísimos errores de consecuencias incalculables.
Hoy como ayer, la literatura podrá continuar mostrando dramas clásicos de infidelidad. Los grandes escritores podrán seguir siendo inspirados por estas historias de desamor, engaño y dolor; pero la realidad cotidiana de las parejas que enfrentan una infidelidad, no es sino devastadora. Solo la voluntad de los cónyuges y la ayuda de Dios lograrán sanar el dolor y restaurar el vínculo conyugal y familiar.